6. Lluvia de óxido


Al llegar a los suburbios, Ryan comenzó a sentirse agobiado. Al principio no comprendía el por qué de aquella sensación, pero pronto lo descubrió; desde allí no podía ver el cielo.

Los edificios no eran excesivamente altos, pero se apelotonaban de tal forma que parecían abalanzarse sobre los transeúntes. Además, Ryan no tardó en comprobar que los suburbios eran un paraíso para las construcciones ilegales. Muchos edificios se comunicaban entre sí por complejas estructuras de acero sin licencia construídas en las azoteas y áticos.

Las cañerías oxidadas de los edificios no se limitaban a correr paralelas a las construcciones, pues además era frecuente verlas suspendidas en el aire, goteando, conectando unos bloques con otros.

Al parecer, los edificios estaban todos enlazados, de alguna u otra manera.

El casco antiguo siempre le había parecido feo, viejo y mal construído, pero los suburbios lo superaban ampliamente. A Ryan aquel paisaje se le antojaba angustioso, triste y opresor, de modo que se apresuró en configurar su rob-orbit para que lo guiara hasta el taller de Robik lo antes posible.

En sus primeros minutos en los suburbios Ryan aprendió por su propia experiencia una regla que casi todos los habitantes de aquella zona parecían cumplir: había que cubrirse la cabeza. Las goteras eran omnipresentes hasta en el sitio menos esperado, de modo que Ryan se puso la capucha de su jersey negro y siguió andando, preocupado ahora por la salud de su nuevo robot, Nano, el cual parecía defenderse muy bien en las alturas, esquivando las cañerías y toldos sucios cuando era oportuno. «Los robots de aquí parecen todos estropeados… igual que sus dueños», se percató Ryan.

Finalmente Nano se detuvo y comenzó a parpadear, indicando que ya habían llegado al destino. El taller no era más que una pequeña parcela entre dos edificios, protegida por una alambrada y cubierta por techos de madera en algunas zonas, y toldos de plástico en otras.

La pequeña puerta de la alambrada estaba abierta, de modo que Ryan entró sin hacerse notar y comenzó a vagar por el laberinto de toldos y chatarra hasta que llegó a una gran mesa donde un hombre de casi dos metros de altura peleaba con un teclado analógico que parecía no responder, en vista de los golpes que le daba el tipo.

-¡Perdone! -gritó Ryan- ¿Es usted Robik?
-El mismo -respondió el hombretón sin apenas inmutarse- ¿Quién te envía?
-Vengo del Cubil de Robik -al decir esto Ryan pudo ver como se dibujaba una media sonrisa en la cara del hombre-. Al parecer mi rob-orbit tiene datos que no pueden descomprimirse.
-Eso es imposible -comentó Robik, adoptando una actitud desafiante-, todo lo que entra sale -y volvió a concentrarse en su teclado. Acto seguido, con un tono más calmado, e incluso melancólico, añadió: Tarde o temprano todo sale a la luz.
-Entonces, ¿puede ayudarme?
-Claro que puedo, yo puedo con todo -y le lanzó una mirada furiosa al teclado-, pero no creas que te va a salir gratis.
-Por supuesto -contestó Ryan excitado, sin pararse a pensar en el precio que aquel hombre podía exigirle.

El tipo salió afuera de su mostrador improvisado y se acercó a Ryan, luego alzó sus enormes brazos y cogió a Nano con cuidado y volvió a su mesa, sin preocuparse del muchacho. «¿Es que acaso estos tipos son todos así de frios?», pensó Ryan. Luego se percató de que el tal Robik era un presunto proxeneta y prefirió no seguir dándole vueltas a la cabeza, de modo que volvió a distraerse mirando a su alrededor.

Habían pasado menos de quince minutos cuando Ryan vio cómo Robik se levantaba bruscamente de su asiento, tirando todo lo que había a su alrededor. De pronto, el hombretón cogió a Nano y se lo lanzó a Ryan con fuerza, como si fuera un balón. El robot le golpeó en el hombro, pero se mantuvo flotando. Robik parecía fuera de sí:

-Dile a ese hijo de puta que no vuelva a mandarme a nadie -le gritó al muchacho-, se acabaron los problemas. Dile que como vuelva a nombrarme yo mismo le cortaré esas manos inútiles.
-Pero ¿qué ocurre? -preguntó Ryan, confuso y asustado.
-Será mejor que te largues muchacho, pero permíteme un consejo -de pronto el semblante de Robik se endureció aun más-, no vuelvas a tu casa. A esta hora probablemente tus padres estarán muertos. Y a tí te estarán buscando.

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12 comentarios en “6. Lluvia de óxido”

  1. Montaraz Says:

    Wau… se está poniendo interesante.

    ¡Espero ansioso la continuación! 😀

  2. pao² Says:

    que intriga… que sera el archivo ese, madre mia…

  3. Kelemvor Says:

    Me alegra que os guste!!! Que no decaiga la cosa!!! xD

  4. Cyssie Says:

    Me encanta, sobre todo la música de ambientación (:

  5. Kelemvor Says:

    Jeje gracias, espero que no haya sido muy friki lo de la música xD

  6. Epi Says:

    Muy buena la música de ambientación. Y mejor aún el relato, genial, me encanta el final.

  7. Kelemvor Says:

    Muchas gracias!! Parece que se pone interesante la cosa… jejeej

  8. GenioMaligno Says:

    Por qué no utilizas nombres españoles, como Paco, Pepe, Mariano etc…

    no es muy cool ehh

  9. kelemvor Says:

    En realidad no quiero que sean ni españoles ni anglosajones. Mi idea es que en una sociedad así el nombre no tiene por qué seguir un patrón determinado, es más , me gusta que haya algo de anarquís en ese aspecto.

    Mas adelante supongo que se verá.

    Por cierto, bienvenido!

  10. Ringo Kid Says:

    Me encanta como escribes.

  11. kelemvor Says:

    Muchas gracias!!


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