7. Siguiendo la luz verde

Publicado enero 13, 2009 por kelemvor
Categorías: Ciencia Ficción, Ciudades, Libros, Literatura, Relatos, Robots, Thriller, Uncategorized

«Y a tí te estarán buscando». Las palabras de Robik martilleaban la mente de Ryan mientras corría a toda prisa por los callejones húmedos y oscuros de los suburbios de Uteria. «No puede ser verad lo que ha dicho», pensó, «¿por qué iban a morir mis padres».

-¡Nano! Marca la extensión cero, cero, uno -ordenó Ryan al rob-orbit para lograr contactar telefónicamente con su padre. Mientras el robot hacía su trabajo, podía oirse la molesta estática a través de los pequeños altavoces que tenía integrados el aparato. Nadie contestó la llamada, de modo que Ryan probó a localizar a su madre- ¡Nano, corta! Marca extensión cero, cero, dos -Acto seguido empezó a escucharse la suave música de espera característica de «Lab-B.I.T.«, el laboratorio donde trabajaban los padres de Ryan, pero una vez más, nadie contestó la llamada.

«Esto es absurdo», se dijo, «¿por qué demonios iba a estar yo en problemas?»

-¡Me vuelvo a casa ! -Y acto seguido echó a correr en dirección a la estación del muro, sin percatarse del ruido de las sirenas que se oía a lo lejos.

***

Robik siguió trabajando en su taller una vez que el chico se marchó asustado. Su semblante serio siempre era el mismo, pero en aquella ocasión estaba justificado; el muchacho lo había puesto nervioso y ahora sonaban sirenas por toda la ciudad.

-¡Oh, mierda! -Espetó mientras descargaba el puño en su mesa de trabajo- Maldito crío…

-Te preocupa el joven ¿me equivoco? -dijo una voz femenina oculta en la caseta trasera del taller, donde un resplandor verde irradiaba intermitentemente- Debiste haberlo ayudado.
-¿Has visto a los nuevos agentes de O.R.B.I.T.? -gritó Robik para hacerse oir- ¿Sabes de lo que son capaces esos tíos? Lo siento, pero no puedo ir por ahí salvando gente -dijo mientras relajaba los hombros-, contigo hice una excepción.

***

Mientras huía, Ryan había adoptado una falsa seguridad en sus pasos. No paraba de repetirse que no tenía de qué preocuparse, pues su vida era de lo más normal y no tenía por qué hacerle caso a un ex criminal chatarrero. Pero los Suburbios habían acelerado su propio pulso, se oían alarmas y coches por todos lados, un murmullo generalizado que desprendía un halo de intranquilidad. Las calles principales estaban atestadas de personas con rostro cubierto que corrían de un lado para otro. En el aire, como siempre, un caos de tuberías y rob-orbits moviéndose a toda prisa.

«Debería moverme por callejones» , pensó Ryan, no sin cierta reticencia, pero finalmente decidió hacerlo, desviándose por la trasera de un motel ruinoso. Las ratas y los gatos del callejón desviaron un poco la atención de Ryan, que estaba cada vez más nervioso.

El camino discurría por debajo de un puente de carretera urbano que servía de refugio para muchos sin techo, los cuales se cubrían con cartones y se calentaban con barriles en los que quemaban cualquier despojo.

De pronto, los indigentes y adictos que rondaban esa zona comenzarón a alborotarse y a gritar «¡Agentes!, ¡Agentes!». Efectivamente, una patrulla de soldados S.N.E.S. hizo acto de presencia con exagerada violencia. Mientras unos agentes cacheaban a varios jóvenes drogadictos, otros descargaban sus defensas reglamentarias contra los pobres vagabundos.

-¡Eh, tu! -Gritó uno de los agentes en dirección a Ryan- ¡Al suelo, vamos!

Ryan se quedó paralizado a causa del miedo, su cuerpo no respondía y un sudor frio comenzó a recorrerle la espalda.

-¡Al suelo! -Volvió a gritar el agente- ¡No pienso repetirlo!
-Psst ¡Por aquí chaval! -Gritó una voz familiar detrás de Ryan.
-Robik… -susurró Ryan al girarse y ver al fortachón escondido en un callejón lateral.
-Deprisa, sígueme -dijo Robik mientras desaparecía por el callejón.
-¡Espera! ¡No tan deprisa! -Exclamó Ryan mientras ponía en marcha su paralizado cuerpo.
-¡Sigue el destello verde! -Gritó la voz ya lejana de Robik.

Pese al desconcierto del momento, Ryan logró alcanzar el callejón mientras era perseguido por el agente de la S.N.E.S.. Allí vio a lo lejos a Robik corriendo al lado de una persona encapuchada que desprendía una tenue luz verde. «Esto no me puede estar pasando».

6. Lluvia de óxido

Publicado marzo 7, 2008 por kelemvor
Categorías: Ciencia Ficción, Ciudades, Libros, Literatura, Relatos, Robots, Thriller


Al llegar a los suburbios, Ryan comenzó a sentirse agobiado. Al principio no comprendía el por qué de aquella sensación, pero pronto lo descubrió; desde allí no podía ver el cielo.

Los edificios no eran excesivamente altos, pero se apelotonaban de tal forma que parecían abalanzarse sobre los transeúntes. Además, Ryan no tardó en comprobar que los suburbios eran un paraíso para las construcciones ilegales. Muchos edificios se comunicaban entre sí por complejas estructuras de acero sin licencia construídas en las azoteas y áticos.

Las cañerías oxidadas de los edificios no se limitaban a correr paralelas a las construcciones, pues además era frecuente verlas suspendidas en el aire, goteando, conectando unos bloques con otros.

Al parecer, los edificios estaban todos enlazados, de alguna u otra manera.

El casco antiguo siempre le había parecido feo, viejo y mal construído, pero los suburbios lo superaban ampliamente. A Ryan aquel paisaje se le antojaba angustioso, triste y opresor, de modo que se apresuró en configurar su rob-orbit para que lo guiara hasta el taller de Robik lo antes posible.

En sus primeros minutos en los suburbios Ryan aprendió por su propia experiencia una regla que casi todos los habitantes de aquella zona parecían cumplir: había que cubrirse la cabeza. Las goteras eran omnipresentes hasta en el sitio menos esperado, de modo que Ryan se puso la capucha de su jersey negro y siguió andando, preocupado ahora por la salud de su nuevo robot, Nano, el cual parecía defenderse muy bien en las alturas, esquivando las cañerías y toldos sucios cuando era oportuno. «Los robots de aquí parecen todos estropeados… igual que sus dueños», se percató Ryan.

Finalmente Nano se detuvo y comenzó a parpadear, indicando que ya habían llegado al destino. El taller no era más que una pequeña parcela entre dos edificios, protegida por una alambrada y cubierta por techos de madera en algunas zonas, y toldos de plástico en otras.

La pequeña puerta de la alambrada estaba abierta, de modo que Ryan entró sin hacerse notar y comenzó a vagar por el laberinto de toldos y chatarra hasta que llegó a una gran mesa donde un hombre de casi dos metros de altura peleaba con un teclado analógico que parecía no responder, en vista de los golpes que le daba el tipo.

-¡Perdone! -gritó Ryan- ¿Es usted Robik?
-El mismo -respondió el hombretón sin apenas inmutarse- ¿Quién te envía?
-Vengo del Cubil de Robik -al decir esto Ryan pudo ver como se dibujaba una media sonrisa en la cara del hombre-. Al parecer mi rob-orbit tiene datos que no pueden descomprimirse.
-Eso es imposible -comentó Robik, adoptando una actitud desafiante-, todo lo que entra sale -y volvió a concentrarse en su teclado. Acto seguido, con un tono más calmado, e incluso melancólico, añadió: Tarde o temprano todo sale a la luz.
-Entonces, ¿puede ayudarme?
-Claro que puedo, yo puedo con todo -y le lanzó una mirada furiosa al teclado-, pero no creas que te va a salir gratis.
-Por supuesto -contestó Ryan excitado, sin pararse a pensar en el precio que aquel hombre podía exigirle.

El tipo salió afuera de su mostrador improvisado y se acercó a Ryan, luego alzó sus enormes brazos y cogió a Nano con cuidado y volvió a su mesa, sin preocuparse del muchacho. «¿Es que acaso estos tipos son todos así de frios?», pensó Ryan. Luego se percató de que el tal Robik era un presunto proxeneta y prefirió no seguir dándole vueltas a la cabeza, de modo que volvió a distraerse mirando a su alrededor.

Habían pasado menos de quince minutos cuando Ryan vio cómo Robik se levantaba bruscamente de su asiento, tirando todo lo que había a su alrededor. De pronto, el hombretón cogió a Nano y se lo lanzó a Ryan con fuerza, como si fuera un balón. El robot le golpeó en el hombro, pero se mantuvo flotando. Robik parecía fuera de sí:

-Dile a ese hijo de puta que no vuelva a mandarme a nadie -le gritó al muchacho-, se acabaron los problemas. Dile que como vuelva a nombrarme yo mismo le cortaré esas manos inútiles.
-Pero ¿qué ocurre? -preguntó Ryan, confuso y asustado.
-Será mejor que te largues muchacho, pero permíteme un consejo -de pronto el semblante de Robik se endureció aun más-, no vuelvas a tu casa. A esta hora probablemente tus padres estarán muertos. Y a tí te estarán buscando.

5. Trans-uteriano

Publicado febrero 20, 2008 por kelemvor
Categorías: Ciencia Ficción, Ciudades, Libros, Literatura, Relatos, Robots, Transporte urbano

Para llegar a los suburbios Ryan tenía que atravesar el corazón de la ciudad:
«¿De verdad merece la pena ir a los suburbios por esto?», pensó Ryan. «¡Que demonios!, Hace tiempo que no salgo de mi barrio, me vendrá bien darme un garbeo».

Hasta aquel día, Ryan nunca se había parado a pensar en lo céntrica que estaba su casa. Desde el panel informativo que se encontraba a escasos metros de su edificio, podía distinguir las dos grandes estructuras metálicas que señalaban el punto en el que estaban los tranvías, uno en el Muro Este y otro en el Oeste.
Ambos accesos estaban prácticamente igual de lejos, de modo que optó por dirigirse al Muro Este, desde donde podía apreciar las vistas de la zona de ocio y las playas artifciales.

Además de los silenciosos e impecables tranvías del Distrito Tecnológico, la red ferroviaria de Uteria se componía básicamente de enmarañados túneles suburbanos que comunicaban el casco antiguo con los suburbios, pero pocos se atrevían a adentrarse en ellos debido a la escasez de seguridad y limpieza. De forma que la opción más segura para los ciudadanos eran los Trans-uterianos, dos trenes de alta velocidad que coronaban la cima de los viejos muros que aún quedaban en la ciudad tras la transformación del antiguo polígono industrial que había sido Uteria en el pasado.

Al llegar a la enorme estructura que subía hasta el andén, Ryan observó cómo dos hombres protegidos hasta las cejas arrastraban a un tercero escaleras abajo. «Esos deben ser agentes de la SNES, la nueva empresa de seguridad de O.R.B.I.T.».

Los agentes llevaban un uniforme blanco de un material plástico resistente y muy brillante, con las siglas de SNES tatuadas en un brazo, el pecho y en la espalda. Las letras eran de un color bermellón bastante incómodo a la vista, posiblemente fluorescentes. El color de las siglas hacía juego con las lentes protectoras del casco ligero que formaba parte del uniforme.

El chico al que arrastraban escaleras abajo parecía bastante perturbado, «un borracho quizás» , pero lo cierto es que era demasiado jóven para ser el típico alborotador de turno.

-¡El bosque estaba oscuro! -oyó Ryan que gritaba el joven- ¡Oscuro! ¡Era una pesadilla! ¡El bosque era negro!

Ryan decidió meterse lo más rápido posible en el ascensor que subía a la cima del muro, pues la presencia de los agentes le incomodaba, al igual que el discurso del pálido muchacho.

Una vez en la pequeña estación del muro, Ryan se paró un instante para contemplar las vistas que su posición le ofrecía; a sus pies estaba el casco antiguo, un hervidero de gentes y máquinas que se afanaban en hacer sus trabajos, los edificios anticuados, llenos de remaches, se mezclaban con las nuevas construcciones, menos barrocas y más luminosas.

A lo lejos, hacia el norte, vio su destino. Los suburbios parecían realmente tétricos desde la distancia, con todos esos edificios negros apelotonados, pero Ryan hizo acopio de valor y se dirigió al andén. Al estampar su mano en la pantalla táctil, el pequeño panel informativo le comunicó que sólo le quedaban dos viajes.

-Ida y vuelta -pensó Ryan- ¿será esto una señal?

Y a lo lejos, casi imperceptible para el oído humano, se oyó: «¡Está oscuro… Oscuro!»

4. A los suburbios

Publicado diciembre 23, 2007 por kelemvor
Categorías: Ciencia Ficción, Ciudades, Diario, Libros, Literatura, Relatos, Robots, Uncategorized

Ryan pasó los minutos observando los curiosos artilugios que daban vida al interior del taller, mientras el técnico modificaba el rob-orbit. Aunque la mayoría eran pequeños droides domésticos desmembrados o sin carcasa, a Ryan le llamó particularmente la atención un robot antropomorfo diminuto que yacía en un rincón del mostrador. El aparato tenía una cabeza cuadrada del tamaño de un puño en la que se reproducía una secuencia intermitente de corazones fucsia sobre un fondo blanco.

-¡Esto ya está, muchacho! -gritó el técnico mientras salía de la trastienda con el rob-orbit en sus manos. Una vez que lo hubo depositado en el mostrador Ryan lo encendió y, al momento, empezaron a brillar los leds rojos que recorrían la parte baja de la carcasa, formando una line recta bastante elegante a ojos del muchacho. Para su sopresa, Ryan comprobó que al encender el aparato, este decía «Nano» con una voz robótica muy peculiar-. Eso ha sido cortesía de la casa, como ves, ha quedado mejor de lo que esperabamos, además ahora ya puedes usarlo para comunicarte, pero debes saber algo.
-¿De qué se trata? -preguntó Ryan todavía embelesado con el aspecto de Nano.
-Todos los bloques de memoria de tu mascota están intactos, pero hay un pequeño archivo en uno de ellos que me ha sido imposible abrir. No debe ser muy complicado de descifrar, pero me temo que yo no puedo ayudarte en eso.
-Pero yo no he guardado nada -se extrañó Ryan-, ni siquiera se cómo hacerlo.
-Posiblemente no sea nada del otro mundo, pero mientras no consigas abrirlo tampoco podrás eliminarlo.
-Si esta va a ser mi mascota debería conocer todos sus secretos, ¿que puedo hacer?
-Tengo un colega en los suburbios que quizá pueda ayudarte.
-¿Los suburbios? -dijo Ryan preocupado- Jamás he ido hasta allí.
-No te preocupes muchacho -respondió el técnico con una sonrisa-, no tendrás que internarte mucho en los suburbios. El local de mi amigo está muy cerca del Distrito Tecnológico. Voy a transmitirle las coordenadas a tu Nano desde mi equipo -dijo el tipo mientras tecleaba en un plasma anticuado- así no tendrás pérdida.
-Se lo agradezco -dijo Ryan- y, ¿por quién tendría que preguntar?
-Por Robik.

3. ¿Tienen los robots bautizos eléctricos?

Publicado diciembre 14, 2007 por kelemvor
Categorías: Ciencia Ficción, Libros, Literatura, Relatos, Robots

La calle era un hervidero de vehículos, droides de limpieza y demás fauna urbana. La gente iba de un lado a otro casi sin pararse, la mayoría con sus rob-orbits pululando encima de sus cabezas, emitiendo esos sonidos y lucecitas parpadeantes tan características.

Ryan no dejaba de mirar a su recuperada mascota con cierto descontento. A decir verdad, no le hacía ninguna gracia tener aquella criatura tan impersonal, viendo lo customizables que podían llegar a ser los robots personales. «¡Decidido! -pensó Ryan- Voy a darle un toque personal a esta cosa». Acto seguido se dirigió a una de las terminales de información repartidas por toda la ciudad, con la esperanza de encontrar algún técnico de saldo.

Al llegar al panel informativo se percató de que nunca antes había utilizado uno, mas allá de echarle un vistazo para comprobar la hora o a la predicción del tiempo.

Después de saltarse la obligada presentación de O.R.B.I.T., Ryan accedió al menú de guía mediante la pantalla táctil. Tras varios minutos buscando y analizando las diferentes opciones sin sacar nada en claro, decidió ir al «Cubil de Robik», un sitio con nombre dudoso, pero era el que nás cerca le quedaba.

Cuando llegó al lugar estuvo a punto de dar media vuelta y cambiar de opción; el letrero que anunciaba el local estaba formado por unas letras rojas de neon acompañadas del dibujo, también rojo, de una señorita que abría y cerraba las piernas, gracias al juego de luces. Definitivamente, aquello era un prostíbulo, no obstante, un cartel pegado a la puerta anunciaba la «reparación y modificación de hardware», de modo que al final entró, no sin antes echar un vistazo a su alrededor.

El interior del local no tenía nada que ver con lo que Ryan se había imaginado que era un prostíbulo, a pesar de la de la gran barra central y los taburetes dispuestos a su alrededor, todo lo demás estaba lleno de cables y ordenadores desmontados.Ahora no cabía duda de que estaba en un taller.

Ryan se dirigió al tipo de la barra, un tipo de mediana edad con gafas de pasta negra y lentes excesivamente graduadas.

-Buenos días, ¿es usted Robik?
-¿Acaso tengo pinta de putero? -contestó éste bastante exaltado.
-¿Disculpe? -Ryan no había esperado aquella reacción.
-Nada, olvídalo. La culpa es mía por no quitar ese dichoso letrero. A ver-dijo adopatando un tono más amable- ¿en que puedo ayudarte?
-Eh, bueno quería modificar mi rob-orbit.
-¿Qué tenías pensado hacerle?
-Pues no se, cambiarle la carcasa, ponerle leds, bautizarlo…
-¡¡¡No le has puesto nombre!!!! -gritó el tipo de manera repentina- Eso sabe hacerlo hasta un niño de tres años.
-Bueno, es que nunca lo había usado -respondió Ryan, avergonzado- lleva años guardado en una caja, y hoy mi padre me ha convencido para que le de uso.
-Ya veo… Ahora que lo dices, siento comunicarte que tu mascota pertenece a la primera hornada de rob-orbits que salió al mercado. No hay más que ver lo soso que parece.
-Pensaba que aquí podía customizarlo para que no pareciera tan triste.
-El problema es que estos robots se retiraron del mercado a los pocos meses de salir, gracias a que los de O.R.B.I.T. se dieron cuenta de que habían creado poco más que una agenda que levitaba. En seguida salieron nuevas versiones con muchas más posibilidades, de modo que todas las carcasas y modificaciones se han creado partiendo de esa segunda hornada.
-Oh, vaya -dijo Ryan, muy desilusionado.
-Pero no te preocupes, muchacho -dijo el tipo, que no podía evitar sentir compasión por el chico-, creo que puedo habilitar esta chatarra para que al menos puedas utilizarla como teléfono, y… espera… ¡sí! Creo que tengo unos leds compatibles, ¿te valen rojos?
-¡Sí, rojo está bien! -contestó Ryan entusiasmado. Al menos ahora tendría un rob-orbit con luces rojas, las cuales no eran muy comunes; la gente prefería los verdes, azules y rosas- El rojo me gusta.
-Sólo te falta el nombre, muchacho.
-Pues… no lo había pensado.
-Si realmente quieres tener una mascota especial, deberías ponerle un nombre especial, que lo identifique tanto a él como a tí.

Con el interés que Ryan había puesto en revivir a su rob-orbit, era curioso que ni siquiera se le hubiera ocurrido pensar en un nombre adecuado. «Oh, vamos Ryan, ¿que esperabas?, ¿A que te viniera la inspiración div…»

-¡¡Nano!! -Y la inspiración le vino- Voy a llamarlo Nano.
-Muy bien, no seré yo quien lo cuestione -dijo el técnico mientras cogía al rob-orbit-. Por favor siéntate por ahí, sólo tardaré unos minutos.

Nano… Espero que no suene mucho a perro

2. Un ascensor con vistas

Publicado diciembre 2, 2007 por kelemvor
Categorías: Ciudades, Libros, Relatos

<VIDEO MODE ON>

Ryan salió de casa de sus padres directamente por el ascensor personal que tenían en el salón. Una vez descendidos los primeros pisos, contempló a través del cristal del elevador la inmensidad de Uteria.

En primer plano, casi a sus pies, el resplandeciente e inmenso Distrito Tecnológico, con sus singulares rascacielos que, a lo lejos, parecían grandes neones azules. La belleza de sus parques y fuentes, sumado a la pulcritud de las calles constituía un regalo para la vista, aunque no todos los uterianos podían disfrutar de sus encantos. Por algo el distrito era conocido como «la ciudadela de neón».

Pero a Ryan le llamaba más la atención lo que había más allá del Distrito Tecnológico. Las oscuras siluetas de los suburbios eran casi eliminadas por la luz de los grandes rascacielos, pero al joven nunca le había pasado desapercibido el hecho de que en aquellas oscuras calles del norte de la ciudad se hacinaban millones de personas que probablemente nunca habían salido de allí.

El ascensor por fin devolvió a Ryan a la realidad, cuando este llegó al recibidor de su edificio, tan parecido a un hotel (de hecho, había sido pensado para eso, pero por desgracia en Uteria nunca había prosperado el sector hotelero y de turismo; la ciudad embudo había sido condenada a un aislamiento casi absoluto, pero nunca nadie se preguntó por qué).

Una vez fuera del edificio, Ryan miró a su alrededor y tomó una bocanada de aire.

-¡¡Buenos días barrio!!! -gritó, casi espontáneamente, pero nadie pareció reparar en él- En el casco antiguo las cosas nunca cambian -añadió, decepcionado.

1. Probando el Rob-Orbit

Publicado noviembre 28, 2007 por kelemvor
Categorías: Diario, Libros, Relatos

<ROB-ORBIT ON>

< VOICE MODE ON>

Un, dos… ¡Probando!

Después de casi cuatro años guardado en una caja he decidido volver a darle uso a este chisme que me sigue a todas partes recogiendo todo lo que hago y digo.

Supongo que llegados a un punto de nuestras vidas creemos que todo lo que nos sucede puede llegar a ser trascendente, pero no estoy completamente seguro de si ese es mi caso.

Lo cierto es que últimamente veo con otros ojos el mundo que me rodea. Me doy cuenta de que la ciudad se mueve, se agita, en definitiva, que pasan muchas cosas mientras yo malgasto mi juventud a costa de unos padres que posiblemente no me merezco. Creo que ha esto le llaman madurar. A mis 18 años ya era hora!

Mi nombre es Ryan y vivo cerca del Distrito Tecnológico de Uteria.

Aunque suene presuntuoso no lo es en absoluto, mis padres sólo son unos tios majos con un buen trabajo al que les ha salido un hijo sin ambición alguna. ¡Qué se le va a hacer!

Ahora sin embargo me dispongo a comerme el mundo, aunque a primera vista, no me diferencio mucho de los millones de uterianos que van a toda prisa por las calles hablandole a un Rob-Orbit que flota a sus espaldas. Claro que ellos seguramente estarán haciendo una llamada mientras que yo me dedico a hablar conmigo mismo.

Por cierto, prometo cambiarle el nombre a este chisme, más que nada porque no me agrada en absoluto el que viene por defecto. ¿Es que O.R.B.I.T. no dejará nunca de meterse en nuestras vidas?

En fin, voy a pasar al modo grabación porque aún tengo que acostumbrarme a eso de hablar sólo, pero prometo volver.

¡¡Hasta la vista!!


< VOICE MODE OFF>

 

Prólogo: La Ciudad Embudo

Publicado noviembre 23, 2007 por kelemvor
Categorías: Libros, Relatos

“Orígenes de la Ciudad Embudo” Vol. 1

Planeada inicialmente como un polígono industrial, la ciudad de Uteria fue conocida desde su fundación como el Sector 3/15.

Fundada en el año 2715, Uteria nació como un polígono industrial destinado de manera casi exclusiva a la ingeniería naval, industria muy en auge por aquel entonces.

Ya desde sus primeros días el rendimiento de Uteria parecía ser muy superior al de los otros sectores, y pronto empezó a llamársele la “Madre de los transoceánicos modernos”

De manera casi fortuita, la colonia de trabajadores que moraba en el Sector 3/15 se convirtió en una sociedad productiva , lo cual generaría que muchas familias se asentasen finalmente en la zona norte, donde se tiró el primer gran muro que componía el polígono.

No sería hasta el paso de los siglos, después de varios ensanches y planeamientos urbanísticos controvertidos, cuando el Sector 3/15 se constituyó como una ciudad. La llamaron Uteria porque, vista desde el aire, la enorme ciudad cobraba forma de matriz, con los muros este y oeste que se iban ensanchando hacia el sur, donde se encontraba El Muelle (donde empezó la ciudad). El norte sin embargo era un amasijo de edificios oscuros, y en el centro de la ciudad se erigía el Distrito Tecnológico, limpio y brillante.

Los otros sectores rechazaron durante mucho tiempo la idea de considerar al nº 3 una ciudad, pero cuando ya era inevitable, comenzaron a llamarla “La ciudad embudo”, también por su curiosa forma ensanchada al sur.

Hoy en día Uteria es una megapoli controlada por grandes compañías entre las que destaca O.R.B.I.T (Ocio, Restauración, Bienestar, Ingeniería y Telecomunicaciones), una entidad presente en todos y cada uno de los rincones de la ciudad.

Al no ser pensada como una ciudad, los habitantes de Uteria nunca gozaron del mismo estatus de “ciudadano” que se estilaba en otras partes del mundo. A pesar de las constantes protestas y reformas, los uterianos eran víctimas de un Alcalde que no era mas que un señuelo hábilmente colocado por las todopoderosas empresas.

A ojos de los pocos extranjeros que llegaban por mar a Uteria, la situación allí había sido extrañamente duradera…